sábado, 14 de abril de 2012

LIDERAZGO PARA TIEMPOS DE GRANDES CAMBIOS


Hay tiempos de sosiego político, de crisis y de grandes cambios. Los liderazgos que se requieren para estos distintos períodos son muy diferentes.

Para las épocas de calma y acuerdo social (o, al menos, de resignada aceptación ciudadana) se espera de los líderes políticos capacidad de gestión, honestidad y, ojalá, algo de carisma. En cambio, en momentos turbulentos hay que contar con dirigentes “para todas las estaciones”, no sólo para primavera y verano. Esto supone una dosis inusual de coraje y la habilidad para apuntar allí donde los problemas estarán probablemente mañana, no donde están hoy. En estas situaciones, hacer lo que siempre se ha hecho suele ser el modo más seguro de errar el camino.

En tiempos de cambios todavía mayores, como la transición de una época a otra, los liderazgos se hacen extremadamente difíciles porque, aunque sea muy claro qué es lo que va quedando atrás, no es tan obvio lo que debería reemplazarlo.

Esto es lo que ocurre con las masivas manifestaciones de descontento, en Chile y en otros países. La época de doscientos años que empezó con las revoluciones políticas de fines del siglo XVIII, se agotó con el fin de la Guerra Fría. Cambiaron los sistemas globales económicos y financieros, la fuerza de las ideologías, el mapa político del mundo y la noción tradicional de Estado Nación. Además, como ha dicho Andrés Bianchi, los modelos de antaño (EE.UU., Europa, la ex Unión Soviética, Cuba…) ya no inspiran y los poderes emergentes, como China, no atraen. Sólo ha subsistido el sistema de partidos como canal de representación política, pero sin vitalidad, al modo de un árbol seco en la llanura.

Paralelamente, emergen iniciativas ciudadanas con gran apoyo popular, como nuestro movimiento estudiantil.

Hay un gran pero, sin embargo: Los dirigentes universitarios hasta ahora han podido instalar en la agenda nacional la idea de que nuestro pacto social de los últimos veinte años (para algunos, convenido; para otros, impuesto) necesita sustituirse. Todavía está por aparecer, sin embargo, un liderazgo que no sólo sea capaz de movilizar un “no a esto” sino también convencer a la sociedad sobre un concreto “sí a esto otro”. La tarea no es menor porque es mucho más factible generar acuerdos amplios para oponerse a algo que concordar una alternativa específica.

En todo caso, la segunda etapa de todo gran interregno histórico parece haber comenzado. Cuando una época completa se va dejando atrás, inicialmente las generaciones jóvenes se hallan sumidas en el desconcierto. De allí la actitud de “no estoy ni ahí” que dominó en los años 90. Con el tiempo, sin embargo, empiezan a advertir la necesidad de transformaciones y las oportunidades que tienen para impulsarlas. En cambio, los mayores, por regla general, no logran adaptarse a la idea de la obsolescencia histórica de la época en que se formaron y actuaron. Lo probable, entonces, es que un nuevo pacto colectivo se termine construyendo a tientas y quebrazones, que el proceso tarde mucho tiempo y que quienes terminen liderando la construcción del futuro emerjan sólo una vez que se aquiete un tanto la tormenta.