jueves, 21 de abril de 2011

KENNEDY Y OBAMA


En carisma y estilo, Obama y Kennedy son comparables. John F. Kennedy proyectaba un aura irresistible de juventud, progresismo y feliz matrimonio con una joven chic (hecho desmentido posteriormente con las revelaciones sobre las infidelidades del presidente). Por esa época incontables niñas nacidas en América latina fueron bautizadas como Jacqueline y otros tantos niños con variaciones fonéticas del nombre o apellido del desafortunado presidente. La verdad es que, imagen pública aparte, Kennedy representaba los intereses de su país (¡era que no!). En 1961, América latina era una prioridad para los Estados Unidos, cuya política exterior siempre considero este territorio como su “patio trasero”.

Dos años antes, Fidel Castro había llegado al poder en Cuba. A poco de asumir el mando Kennedy, Estados Unidos intento derrocarlo lanzando la frustrada invasión de Bahía Cochinos, que se venía preparando desde el gobierno previo de Dwright Eisenhower. Luego del fracaso de este intento de derribar a Castro, Kennedy, asesorado por sus asistentes más cercanos (llamados los “Egg Heads” por su preparación universitaria) anunció un plan para América latina, motivado por el afán de detener la creciente influencia castrista. Nació así el programa llamado “Alianza Para el Progreso”. Este contenía dos partes: por un lado, enfrentar la amenaza de seguridad que se suponía venidera en los países de América, mediante la capacitación de sus fuerzas armadas y policías. Por otro, atacar las “causas de fondo” del descontento social en la región, promoviendo reformas económicas (sobre todo, tributarias), alfabetización y reforma agraria. A cambio de ello, Estados Unidos comprometía un aporte de hasta 20 mil millones de dólares.

Se decía que la Alianza para el Progreso era para América latina el equivalente del Plan Marshall para la reconstrucción de Europa, luego de la Segunda Guerra Mundial. Chile fue el alumno más mateo y recibió la mayor cantidad de ayuda. Sin embargo, el plan fue un fracaso. Las elites de la región lo detestaban y los tiempos políticos estaban caldeados. Ya en 1964, el gobierno de Lyndon Johson, quien asumió como presidente luego del asesinato de Kennedy, aprobó el golpe de estado que derribo a João Goulart, en Brasil. La Alianza para el Progreso se concentro cada vez mas en lo militar y policial, dejando de lado las reformas de fondo. Menos de 15 años luego del anuncio de Kennedy, la mayor parte de América latina estaba gobernada por dictaduras militares.

Hagamos un veloz fast forward hasta el presente. Un Barack Obama lleno de carisma, estilo y esperanzas, escoge a Chile para dar un discurso para América latina que se vaticinaba seria una especie de Alianza para el Progreso 2.0. Centenares de personas política, económica o socialmente influyentes lo aguardan en el Centro Cultural de la Moneda por dos horas y media, cupucheando, consutanto su Blackberry o twitteando.

Obama hace su entrada destilando embrujo y pronuncia un discurso de unos 25 minutos con impecable manejo escénico, ayudado por unos tele-prompters de ultima generación. Su speechwriter es muy profesional, pero no se compara con Ted Sorensen (fallecido el año pasado) el legendario autor de los discursos de Kennedy, entre ellos ese de “no preguntes que puede hacer tu país por ti, sino que puedes hacer por tu país”. Pero no es su culpa. El le da forma a los materiales que le entregan y este discurso de Obama sobre una “Sociedad de las Américas” fue solamente retórica porque la política de los Estados Unidos hacia esta región carece de sustancia.

El discurso del actual presidente de los Estados Unidos no reveló ningún programa semejante a la Alianza Para el Progreso (por lo demás, ese mítico plan fue un sonado fracaso). Las prioridades geopolíticas se sitúan ahora en el Este de Asia, en Afganistán, Irán y mundo árabe. Estados Unidos ya no tiene el poderío incontestado de antes. Por tanto, un apretado viaje relámpago, unas aspersiones de agua bendita por aquí y por allá, y un montón de charm.

Es lo que hay…

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